Realmente tengo muchas ganas de encontrarte. Encontrar tus manos sosteniendo el mechón de pelo que se escapa de mi rodete, o las pecas que recorren tu espalda desesperadas por encontrar su par en el espejo que es la mía. Encontrarnos por ahí: “hola, ahí estabas”.
Creo que me enamoré tantas veces que ya perdí la cuenta. De el extraño en el tren que sin darse cuenta de que alguien lo miraba, cerró los ojos y suspiró con calma; cuando tenía cuatro años, de mi mejor amigo, incluso cuando mi madre lo llevaba en brazos y a mí me tocaba caminar, incluso cuando un año después su familia se rompía en pedazos porque paso a otro plano. Me enamoré de mi primer novio, con su sonrisa torcida y el espacio entre sus dientes. Me enamoré de dos viejitos que paseaban por la playa, la vida gritando desde los pliegues de su piel. Me enamoré de la primera persona que me llamo hogar, y años después me lo recuerda un poco de tinta en mi brazo izquierdo, y quizá es el izquierdo porque nuestro corazón está un poco más ahí que en cualquier otro lado. Me enamoré de un sonidista obsesionado con los cinturones en los pies y de un ingeniero que coleccionaba dados. Me enamoré de cosas tangibles y de cosas efímeras también, de la primer nevada de la que tengo recuerdo y de la flor que me cruzé hace unas horas mientras volvía a casa. Me enamoré de un arito de pluma entre besos y mantas, y me enamoré de la persona que lo llevaba puesto y de como me hizo sentir el sonido de risa mientras me gritaba “podrías ser vos”. Me enamoré de barcos a los que nunca llegue a subirme y de el dueño de un velero en particular que me costó dejar atrás. Me enamoré de mis amigos riendo en un bar y de mis amigas llorando en un ritual. Me enamoré de la luna cada vez que la vi, y de el sol que la encandiló cada vez que se acordó. Me enamoré de la camarera de un bar en San Sebastian, “maitia que maja eres”; me enamoré de el amigo de una amiga y sus rulos despeinados a la mañana siguiente. Me enamoré de mi gata besandome la punta de la nariz y de mi perra acostada en el jardín oliendo la lluvia que aun no llegaba. Me enamoré de muchos lunares y muchas cicatrices, de muchas sonrisas pero de muchas más lagrimas. Me enamoré de un par de manos entrelazadas y las uñas que las acompañaban. Creo que me enamoré tantas veces que solo puedo seguir enamorándome tantísimas veces más. El amor que le das al mundo siempre encuentra la manera de volver a vos.